viernes, 27 de enero de 2012

Columna El Nuevo Siglo Enero 27 de 2012

Se fue con su carga

Murió Joe Paterno el pasado fin de semana. Este hombre, quien fuera entrenador durante más de 30 años del equipo de fútbol americano de la Universidad de Penn State, se fue llevándose encima la carga de no haber hecho más por defender a los niños de su comunidad de Jerry Sandusky, el asistente que durante años abusó sexualmente de ellos.
Paterno supo de los abusos muchos años antes de que estallara el escándalo en noviembre. Aunque denunció a Sandusky ante las autoridades universitarias, la duda lo hizo pecar de negligencia. No supo reaccionar de una manera vehemente y por ello no buscó llegar hasta el fondo de los hechos, indagando, preguntando, presionando. El, por su prestancia e influencia en la comunidad, ha podido lograr que Sandusky fuera judicializado hace mucho tiempo y desafortunadamente sólo fue que el caso se conociera públicamente para que empezaran a resultar otros hechos por doquier. Debió ser duro pasar sus últimos días enfermo de cáncer y con el dolor de saber que muchos niños sufrieron daños irreparables por su culpa.
Esa duda frente a la gravedad de un abuso sexual ha dejado miles de víctimas en nivel mundial y es precisamente lo que en Colombia debemos luchar por evitar. Según el Código de Infancia y Adolescencia, estos actos se abordan en el país ya “desde el plano de los derechos humanos, el derecho constitucional, las políticas públicas y fiscales y ya no desde situaciones irregulares” y es que claramente un abuso sexual a un niño o adolescente no es una situación irregular, sino una afrenta a sus derechos más fundamentales y un gravísimo delito con consecuencias físicas y síquicas.
Así como ahora la mal llamada ‘Ley Bolillo’ está dando tanto de qué hablar, debemos lograr evidenciar masivamente el proceso a seguir en casos de abusos físicos o sexuales a niños. Existe una línea gratuita del ICBF (01 8000 91 8080) para hacer denuncias, esta entidad se encarga de lo referente a los derechos de la niñez y el CTI de la Fiscalía debe proceder con las investigaciones y el proceso de judicialización. En cada localidad se puede reportar directamente a la Policía Nacional, la cual remite el caso a la Policía de Infancia y Adolescencia y ellos a su vez involucran el ICBF y el CTI.
El acceso a los medios para denunciar existe. Ahora lo fundamental es que se conozcan y sobre todo, que cada agencia involucrada obre como un conjunto, porque si falla el proceso, muchos más niños podrían ser victimizados.
@CarlinaToledoP

viernes, 20 de enero de 2012

Columna en El Pais Noviembre 20 de 2012

Es el comienzo del fin

Gustavo Petro, el alcalde Mayor de Bogotá, generó la semana pasada un interesante debate en torno de la permanencia de la fiesta brava en Bogotá, al negarse a patrocinar con dineros del erario público la temporada taurina. La estocada final que dejó bien claro a todos su punto de vista, fue ni siquiera haber nombrado a quien lo representase en el palco designado al burgomaestre en la Plaza de Santa María.
Claramente el solo hecho de haber puesto sobre el tapete el tema de una manera tan contundente ha motivado que muchos no sólo manifiesten sus posiciones al respecto, sino que ha llevado a que algunos escarben en sus conciencias y se den cuenta que aún siendo un arte amado, no es sostenible en el tiempo.
Lo que es evidente es que la afición por la fiesta brava no es coherente con los principios con los cuales gran parte de los colombianos viven sus vidas. Nadie con dos dedos de frente está de acuerdo con el maltrato animal y tampoco el humano y es obvio que matar a un toro en un ruedo delante de miles de personas, no difiere mucho en términos prácticos de patear a un búho en un estadio o golpear hasta la muerte a un perro; también considero que la mayoría de colombianos le rendimos un culto febril a la vida y no a la muerte.
No obstante, existimos quienes también amamos una tarde de buenos toros. Particularmente valoro el recuerdo de las faenas magistrales vistas en Las Ventas, Cañaveralejo, e Iñaquito y la Belmonte en Quito; así como algunas no tan magistrales, pero igual de valiosas en conocimiento, apreciadas en muchas plazas preciosas de Andalucía. Pienso que cuando una persona es capaz de derramar una lágrima al apreciar el arte de una buena lidia, es un consumado aficionado a los toros.
Lo que sí es importante admitir es que quienes estamos desfasados de la realidad del mundo actual somos nosotros los aficionados, no aquellos quienes sostienen que la fiesta brava debe acabarse, porque nadie puede negar que una corrida de toros por más que sea una costumbre cultural y artística, es puntualmente una oda macabra a la muerte. Eso dentro del contexto vigente de las sociedades de hoy, no es algo que se vislumbre pueda perdurar.
De manera que tanto Gustavo Petro en Bogotá, como Sergio Fajardo en Medellín no sólo están obrando acorde con sus convicciones, sino que interpretan un sentimiento popular y una tendencia mundial hacia el bienestar y los derechos del ser vivo (léase de dos o de cuatro patas), lo justo, y la prevalencia de la vida. Y así debe ser. Esa es la paradoja de amar algo que se sabe debe acabar.
Así como los hijos crecen, maduran y se van, debemos aceptar que es hora de soltar y más vale empezar a pensar cómo vamos a contribuir a que perdure una acertada documentación histórica de esta afición a un arte, con el fin de que las futuras generaciones no miren atrás y nos vean como unos bárbaros promotores de gladiadores, sino como unas personas que creyeron en un mundo de elegancia, valentía, pundonor, casta y nobleza, el cual duró más de tres siglos.
En la Semana Santa del año pasado en un mercado de las pulgas en Popayán encontré después de más de diez años de búsqueda una copia vieja de ‘O llevarás luto por mi’, el cual considero una obra de un valor incalculable sobre ese mundo que es tan difícil para unos comprender. Estará en mi biblioteca y espero que a través de sus páginas mis hijos logren entender cómo y por qué pude derramar lágrimas ante la belleza de la muerte de un gran animal.

Columna en Kien&ke Noviembre 19 de 2012

Se bebió mi corazón

Cuando repaso los comentarios y análisis acerca de los libros de Irène Nèmirovsky, lo que encuentro es que la historia de cada uno de quienes somos sus fieles lectores comienza con alguna obra distinta. Sí, claramente la escritora rusa es más conocida en el mundo literario por el éxito de Suite Francesa, una exquisita novela sobre lo humano y mundano antes y durante la invasión alemana a París. Sin embargo, para todos hay un libro en particular que nos ha conmovido hasta el tuétano y nos mantiene ahí, esperando con ansiedad la llegada de cada obra nueva que se edite.
Para unos será El Baile, una despiadada sátira de la clase emergente judeo-francesa que busca la aceptación de la rancia sociedad parisina, llena de abolengos y títulos. Otros encuentran en David Golder el retrato de ese hombre tirano, avaro y manipulador a través del dinero, con el que ningún ser humano quisiera tener que encontrarse. Está El Caso Kurilov, que el Nobel JM Coetzee describe como “la progresiva humanización de un asesino”; Los Perros y Los Lobos, obra catártica que a través de tres personajes describe la barahúnda emocional de Nèmirovsky como una rusa judía en París; y cierro la lista de novelas editadas en español con aquella que se constituye para mí en la verdadera joya de esta escritora: El Ardor de la Sangre, cuyo nombre lo dice todo.
Algunas de las anteriores novelas las he leído dos y hasta tres veces y no deja de impactarme la precisión de Nèmirovsky en los detalles a la hora de narrar situaciones, sentimientos y personalidades. Increíblemente, al leer, no solo se tiene una mirada cinematográfica permanente de las escenas, sino que la autora logra proyectar olores, sabores y otros aspectos sensoriales de una manera tan vívida que es inevitable ubicarse al centro del pogromo en un ghetto ucraniano; a un puente en París viendo volar invitaciones a un baile; o a una villa francesa en donde dos jóvenes dan rienda suelta a la insaciabilidad de las hormonas y el corazón.
De igual manera Nèmirovsky en cada una de sus obras hace una exploración sicológica de eso que es el ser judío. Claro que trae a colación los estereotipos sobre quienes practican esta religión que han pasado de generación en generación y por ello ha sido en ocasiones criticada como una escritora antisemita, lo cual es algo paradójico si se tiene en cuenta que murió como prisionera en Auschwitz en 1942. A lo que me refiero específicamente con el ser judío, es que ella hilvana en sus obras los más profundos sentimientos de abandono, frustración, inseguridad, dolor y los sueños sin cumplir que pienso carga cada judío en lo más recóndito de su ser y que ella además llevó hasta su tumba.
Nèmirovsky, quien logró la profundidad humana que también traslucen las obras de Marcel Proust, es la francesa más traducida después del célebre autor de En busca del tiempo perdido. Casualmente fue en las páginas de la segunda parte de la obra en mención que encontró aquello que denominó “la cosa maravillosa” que tanto llevaba buscando y que inspiró la “llamarada de sueños” de El Ardor de la Sangre.
Indudablemente los escritos de Nèmirovsky son arte en su más puro significado. La fascinación con la cual vuelvo a sus libros una y otra vez la atribuyo a aquello que suele suceder a través de la fuerza de la palabra escrita: “Ella parecía sorber, beberse mi corazón”.

Columna El Nuevo Siglo Enero 20 de 2012

La maldita duda
Desde su fundación en 1855 la Universidad Penn State no había tenido una crisis igual a la que vivió a finales del año pasado a raíz del escándalo por abusos sexuales de Jerry Sandusky, el entrenador asistente del equipo de fútbol americano.
Acorde con la línea de tiempo trazada en el caso en mención, hay unos indicios claros de un comportamiento delictivo por parte de Sandusky desde 1998 cuando después de un entrenamiento dejó en su casa con el pelo mojado a un niño. Sandusky también tenía el pelo mojado. Ambos venían de las duchas de Penn State y el pequeño hacía parte de un grupo llamado The Second Mile, fundado por Sandusky con el fin de ayudar a niños con familias ausentes o disfuncionales.
En esa ocasión la madre del niño reportó sus sospechas a la policía universitaria y aunque el entrenador declaró que sí se bañaba desnudo en las duchas con otros beneficiarios de The Second Mile, y que además durante el baño los abrazaba, el caso se cierra y Sandusky sigue con su vida y con sus duchas. En 2000 es visto por un aseador temporal practicándole sexo oral a un niño, pero éste no denuncia el hecho, y en 2002 un estudiante lo descubre violando a otro niño, reporta el incidente y la respuesta del Director Atlético y el Vicepresidente Financiero de la institución es quitarle las llaves de las duchas a quien en ese entonces ya es exentrenador del equipo con estatus de emérito.
La línea del tiempo es también una de negligencias y negaciones por parte de quienes han podido ponerle punto final desde hace muchos años a un delincuente que tenía todo un montaje para hacer de las suyas con niños indefensos y vulnerables.
El domingo Washington Post publicó una extensa entrevista a Joe Paterno, quien fue durante 30 años entrenador jefe. Con Sandusky llevaron al equipo a momentos gloriosos. Paterno supo por primera vez que algo sucedía en 2002 y lo reportó a sus superiores como debía. Su error fue la duda y no haber hecho seguimiento a lo que se constituía como un abierto delito.
Evidentemente tanto en Penn State como en las veredas más recónditas de Colombia, nos falta mucha educación respecto de la gravedad de un abuso sexual. En general las personas cuando se ven enfrentadas a un caso de estos siguen pensando como Paterno: “Tenemos un problema, creo” y esa es la duda que mata.
@CarlinaToledoP