viernes, 8 de julio de 2011

Kienyke Julio 6 de 2011

Una fraternidad indisoluble

Es una relación de una potencia francamente inexplicable. En realidad nunca he podido deducir de dónde proviene, ni porqué si todos somos tan distintos y llegamos en momentos tan disimiles a hacer parte de ese grupo, existe ese vínculo tan fuerte que nos une sin importar tiempos, distancias, ni prolongadas ausencias. Seguramente así será para muchos egresados de cualquier plantel educativo y poco nos diferencia de millones más que hay por ahí rondando, pero para nosotros -la clase de 1986 del Colegio Colombo Británico de Cali- somos únicos.
El fenómeno ni siquiera obedece a una atracción a la planta física del Colegio. La verdad –y con perdón de nuestra hija de rector- es que es irrelevante porque creo que pocos de nosotros nos acordamos con nostalgia de los salones de clase, el gimnasio o de la cafetería. Muchos ni siquiera han regresado después de salir del auditorio AEB Laurence con el diploma bajo el brazo hace 25 años.
Clase de 1986 en casa de Rafael Aljure Dorronsoro.
Claramente sí nos acordamos del kiosko que albergaba muchos de nuestros secretos y que a tantos nos sirvió de refugio en los malos momentos. Cómo no recordar también a nuestro propio Martyn Smith, aquel creativo profesor de Historia a quien yo particularmente le debo mucha de mi inquietud política, pero a quien todos le debemos uno que otro trasnocho alicorado porque además de maestro, fue el primer dueño de un bar de puro rock en Cali:Martyns, un establecimiento al cual todos volvemos de cuando en vez. Vale la pena aclarar que allí sí llegamos con auténtica nostalgia y atraídos por el deseo de oír nuestros himnos en las voces de Led Zeppelin, Pink Floyd y Queen, entre otros. Personalmente debo evocar a Argemiro Ceballos, hoy Archie, el amigo de todos en Facebook, quien con paciencia infinita trató de guiarme hacia el gusto por los números, pero a quien es menester confesarle que yo soy de lejos su gran fracaso matemático en la vida.
El sábado pasado fue el gran día. Como sucede cada diez, cinco o dos años, cuando nos da el arrebato de vernos, hubo dos líderes que se dedicaron de lleno a organizar lo que fue la fiesta: flores, velas, música, comida, trago, transporte (porque de viejos nos volvimos algo responsables), y una casa que brillaba en ese sol de verano que ya en esta época calcina.
María Elvira Guerrero- Rossana Solís- Rosita Salom- Liliana Rincón- Ana Fernanda Arroyo- Ximena Piedrahita.
A medida que iban llegando locales y viajeros se oían gritos, se vivían abrazos interminables, muchas lágrimas entremezcladas con carcajadas y a uno que otro (también a otra) le bailaba el ojo de ver de nuevo a su loco amor de la adolescencia, ese amor que dejó una marca indeleble en el alma y que con solo tenerlo (a) al frente, impacta con todo el furor hormonal de la juventud.
En ese sentido es importante precisar que hay un no se qué en nuestro ADN colectivo que nos conserva jóvenes de cuerpo y de actitud y de eso dan fe hasta los testigos externos, uno de los cuales al ver fotos de la ocasión afirmó que más que una clase del 86, pareciera del 96 y evidentemente a nadie de 43 años le cae mal un piropo de esos.
Mariela Osorio- Gustavo Morales – Carlina Toledo.
El registro de esas pocas -demasiado pocas- horas ha quedado en nuestras sonrisas. Dolió la ausencia de quienes no llegaron, de aquellos que no pudieron y de aquél que desde el más allá seguramente bailó con nosotros desde Beat It y Cali Pachanguero hasta los más arrastrados y contemporáneos reggaetones.
Lo vivido, lo bailado y lo reído quedará entre nosotros, como siempre, y nuevamente comprobamos que después de 25 años somos y seremos una fraternidad indisoluble.

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